Los argentinos, de naturaleza apasionada debido a su herencia ítalo española, concurrirán a votar este domingo en las elecciones de medio término con espíritu de balotaje.
El presidente argentino, referente de la corriente neoconservadora referenciada globalmente en Donald Trump, tiene un estilo de gobierno que se transmite en las urnas con una épica plebiscitaria.
Javier Milei ha logrado condensar en su figura un perfil de ribetes altamente ideologizados con un pragmatismo apabullante, simultáneamente. A modo de ejemplo, cabe recordar que nadie ha negado que en 2022/23 Javier Milei logró apoyo para su proyecto presidencial del entonces presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Sergio Massa -quien fuera luego Ministro de Economía de Alberto Fernández y candidato presidencial por el peronismo en las elecciones generales de 2023- para imponerse a la candidata del Pro, Patricia Bullrich, de la que luego obtuvo su apoyo y el de el ex presidente Mauricio Macri para ganarle el balotaje al propio Massa.
Ese mismo pragmatismo le permitió construir una alianza de gobierno con parte de lo que caracterizaba como "la casta" para atravesar sus dos primeros años de gestión a pura motosierra y batalla cultural. Su único soporte fue lo que se llamó el "triángulo de hierro", junto a su hermana Karina y el asesor Santiago Caputo.
No obstante, su excentricidad no incluye el disfrute de la actividad política, por lo que la delegó por completo y la desatendió. A principios de este año empezó a notarse que el equipo político que conduce a su hermana -y que integran Sebastián Pareja y los hermanos Martín y Eduardo "Lule" Menem- gestionaba listas de candidatos para competir con las de sus propios aliados provinciales. Dada la altísima eficacia y su probado pragmatismo no se terminaba de entender la jugada hasta que quedó en evidencia que no había tal juego y que el triángulo ya no estaba funcionando normalmente.
Por eso, durante este año y como era de esperar, el oficialismo sufrió algunas derrotas en el Congreso y la consecuente pérdida de aliados y traspiés políticos empezó a generar una incertidumbre que se tradujo en volatilidad financiera y cambiaria.
Por su parte, el Gobierno -que había evitado una hiperinflación heredada del gobierno peronista y que aquietó a los mercados- no había aprovechado la estabilidad para engrosar sus reservas bancarias, por lo que tuvo que subir vertiginosamente las tasas para evitar que el mercado cambiario se descontrole.
Sin poder emitir señales claras y con una extrañísima estrategia electoral, el oficialismo sufrió una durísima derrota en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre que, dado el peso político y electoral de esa provincia, alarmó a la dirigencia política y económica sobre la gobernabilidad y a especular con escenarios de acefalía; especialmente, teniendo en cuenta numerosas versiones sobre la particular psicología del Presidente.
Sin embargo, el Presidente logró afrontar de pie la derrota pero no pudo evitar verse en el espejo de Bolsonaro, debido a que el Congreso empezaba a avanzar en legislación que condicionaba su gestión al punto de hacerle revertir algunas de sus medidas.
Es que, erróneamente, su inexperiencia política le hizo creer que la ley que le permitió a Cristina Fernández de Kirchner gobernar a puro decreto de necesidad y urgencia le perimitiría gobernar con sólo un tercio de las cámaras que es lo que se requeriere para sostener sus vetos a las leyes sancionadas. De allí que prescindiera de grandes alianzas y se conformará con un modesto resultado electoral. Pero la reacción opositora no tardó en hacerse sentir, e inició el proceso de aprobación para cambiar la ley para regular tales decretos.
Tras la derrota bonarense -y merced a la gestión del gobierno norteamericano, a quien acudió para solicitar ayuda financiera-, el Gobierno reestableció alguna de aquellas alianzas iniciales y pudo morigerar la dureza del texto aprobado por el Senado, pero de todos modos lo obligará a gobernar con el consenso de algunos gobernadores.
Este es el escenario que enfrenta Milei de cara a las elecciones del domingo. Pero lo que era un mar de incertidumbre arroja ahora algunas certidumbres.
Por lo pronto, se espera que el oficialismo recupere algo de los catorce puntos por los que perdió en las elecciones bonaerenses con el peronismo -las anteriores fueron para cargos provinciales y éstas lo serán nacionales- pero que, al mismo tiempo, se imponga en el país por un ajustado margen.
También está previsto que haya cambio de gabinete. Dos de sus ministros -Patricia Bullrich y Luis Petri, de Seguridad y Defensa, respectivamente- y su vocero, Manuel Adorni, deberán renunciar para asumir a las bancas obtenidas en el Senado y Diputados de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires, respectivamente. Pero esta semana tuvo que reemplazar al Canciller Gerardo Werthein por el viceministro de Economía, Pablo Quirno,y deberá nombrar al sucesor del ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, que renunció por razones personales que incluyen a su salud.
El nombramiento de Quirno señala otra certidumbre: la influencia norteamericana en la Argentina se profundizará. Pero también garantizará llegar a buen puerto, tal como sucedió cuando acudió en su auxilio financiero.
También se podría esperar una nueva devaluación del peso, ya que mantener la divisa en su actual nivel le está costando reservas bancarias que no tiene, mientras los sectores exportadores piden con urgencia una mayor competitividad.
Finalmente, queda claro que Milei deberá volver a acudir a una alianza de gobierno aunque será cada vez más costosa, ya que algunos de sus entonces aliados pueden pretender proyectarse como sus sucesores en 2027.
En virtud de todas estas dificultades -y del desdén por la política que tiene el Presidente-, también podría presumirse entre las previsibilidades enumeradas que difícilmente haya reelección presidencial en 2027, aunque es claramente prematuro decirlo.+)

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