¿Qué pasará en 2025?

El aterrizaje de Pedro Castillo en el poder y sus principales causas, por Josefina Köhler

     La desconfianza en las instituciones y el “voto castigo” hacia la clase política, la polarización de una sociedad que posee dos visiones muy distintas del futuro nacional y un fuerte contraste entre la capital y las áreas rurales del país, consideradas “antisistema”, que fueron el gran motor para la victoria de Castillo.

    ¿Cómo puede ser que una figura como Pedro Castillo haya ascendido al poder? Estamos hablando de un maestro rural, con nula experiencia política, que se destaca por su curiosa vestimenta. También estamos haciendo referencia a un político consagrado comunista durante la campaña, pero alejado de sus ideales durante el gobierno. Sin embargo, el flamante presidente del Perú no es un fenómeno casual, sino el resultado de una previa crisis institucional, que se remonta al destape del Caso Odebrecht en 2016.

    En 2018, a dos años de haber comenzado su presidencia, el peruano Pedro Pablo Kuczynski fue señalado por haberse vinculado de manera ilícita con la constructora Odebrecht, que habría mantenido negociaciones con funcionarios de doce países, a fin de ganar licitaciones de obras públicas. Por esta razón es que el Congreso decidió buscar su vacancia, pero el mandatario renunció, dejando su cargo en manos del vicepresidente Martín Vizcarra, quien sería desplazado no mucho después por el Parlamento debido a su “incapacidad moral permanente”.

    La vacancia de Vizcarra desencadenó violentas manifestaciones, que fueron avivadas por la llegada de Manuel Merino al Palacio de Gobierno como nuevo jefe de Estado. Merino se desempeñaba como presidente del Congreso y era legítimo al cargo, según la línea de sucesión peruana. No obstante, su presidencia duró tan solo cinco días, pues se vio obligado a renunciar luego de que varios jóvenes murieran a causa de la represión experimentada en las masivas protestas que se extendieron por todo el país. 

    Esta serie de eventos desafortunados llevaron a que el Congreso nombrara a una nueva cabeza para el Ejecutivo, Francisco Sagasti, quien se mantuvo en el cargo hasta finalizar el mandato presidencial estipulado.

    Es así como Perú arribó a la ajustada carrera presidencial de 2021; en el marco de una pandemia, sumido en una crisis sociopolítica, con una población sumamente polarizada y en medio de un absoluto sentimiento de desconfianza institucional. Los candidatos fuertes fueron Keiko Fujimori por Fuerza Popular y Pedro Castillo por Perú Libre, quienes se enfrentaron en una reñida segunda vuelta que, con un 1% de diferencia, dio por ganador al actual presidente de la República.

    Ambos aspirantes se encontraban en extremos opuestos del espectro político, alimentando así la polarización del país. Fujimori, quien abogaba por un mercado abierto y promotor de la inversión privada fue sumamente cuestionada por ser hija de Alberto Fujimori, presidente que en 1992 ejerció un autogolpe de Estado y atropelló las instituciones democráticas a fin de combatir la guerrilla Sendero Luminoso. A su vez, la derechista estuvo rodeada de numerosas denuncias que la acusaban de haber recibido sobornos por parte de Odebrecht. 

    Al hablar de Pedro Castillo hablamos de un candidato desconocido para el pueblo peruano, un maestro sindicalista que se identificaba con la extrema izquierda y proponía medidas como el cierre del Congreso en caso de que éste no acepte una Asamblea Constituyente, la instauración de un “Estado socialista” y la creación de una ley para regular los medios de comunicación. 

    A ocho meses de haber comenzado su gobierno y cuatro gabinetes después, la figura que antes parecía ser la salvación de una Nación, hoy parece ser rechazada por más del 60% de sus ciudadanos. Se trata de un fenómeno político que no para de sorprender a quienes lo observamos a la lejanía.

    El aterrizaje de Pedro Castillo en el poder podría explicarse gracias a la creciente desconfianza institucional del pueblo peruano; el ejercicio del “voto castigo” hacia la clase política, encarnada en Keiko Fujimori; la polarización de una sociedad que posee dos visiones muy distintas del futuro nacional; y un fuerte contraste entre la capital y las áreas rurales del país, principal motor de la victoria del presidente.

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