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Sería incorrecto y de mal gusto comparar el sitio que los piqueteros dieron a Buenos Aires con el avance de los rusos sobre Kiev. Pero esa guerra no está tan lejos de nuestro país como imaginamos.
La invasión rusa en Ucrania es un emergente de la creciente polarización en las relaciones internacionales. Para más, los primeros días de la guerra China volvió a incursionar en forma amenazante con sus cazas en cielo taiwanés.
En las semanas siguientes, el mapa internacional se cristalizó: en la NATO Europa se alineó con los Estados Unidos, al punto de obligar a los no miembros a ladearse en favor de la nación agredida; China intentó mantenerse equidistante, aunque poco antes del conflicto había apoyado la posición rusa, y la India, enemiga de los chinos, hizo lo propio.
Es curioso porque, cuando analizamos este conflicto en el boletín del 3 de enero, habíamos advertido que, dada la carrera armamentística y la visible hostilidad en la región, era previsible que un estallido de violencia pudiera desarramar y provocar una conflagración generalizada en Eurasia. Pero no fue así, porque los actores fueron muy prudentes e hicieron esfuerzos ingentes por evitarlo.
No obstante hay analistas, como Inés Capdevila, que afirman que la invasión necesariamente tensará las relaciones entre China y los Estados Unidos y que sería difícil que eso no derive en una Tercera Guerra Mundial o en algo parecido.
En tal caso, hagamos foco en la Argentina. En las últimas décadas nuestro país mantuvo un claro alineamiento con los Estados Unidos. Más aún si lo comparamos con sus vecinos sudamericanos, que acudieron con los brazos abiertos mucho más decididamente al abrazo del dragón y de sus yenes.
La Argentina sólo cometió la imprudencia de la estación espacial neuquina que -tal como hemos referido muchas veces- sucedió en un contexto muy particular. Aparte de eso, y fuera de las malas relaciones personales entre los mandatarios argentinos y los norteamericanos, la relación se desarrolló y hasta podría decirse que creció. Decir lo contrario es no conocer los pliegues del vínculo bilateral.
Pero ahora la situación es realmente distinta. En febrero, la Argentina ingresó en la Ruta de la Seda (como gran parte Europa y de algunos vecinos latinoamericanos) y obtuvo del gigante oriental una pronunciación en favor de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas.
No se trata de una cuestión folklórica o histórica. En los últimos tiempos, aviones de guerra ingleses hicieron escala en aeropuertos uruguayos y brasileros, para aprovisionar de pertrechos militares a las islas, según denunció repetidamente el gobierno argentino.
En ese contexto, la Argentina decidió dar conexión a Tierra del Fuego desde el continente sin tener que pasar por el país trasandino, como sucedía hasta hace poco. Además, avanzó con la base logística integrada en Ushuaia para constituirse en la conexión más austral con el continente antártico. Algunos dicen que será una base funcional para China; la administración de Alberto Fernández ha insistido en que no será así.
Sin embargo, en algo ha cambiado la Argentina su posición histórica. Ha decidido el rearme y avanza en la consecución de un moderno sistema de defensa aéreo, submarino y terrestre. Más aún, dejó trascender desde la Escuela de Guerra que lo hace desde la evaluación de un escenario de invasión que incluye a su vecino chileno en combinación con los ingleses, y que el esquema adquirido permitirá una estrategia de desgaste debido a la extensión del territorio patagónico.
Es en ese contexto que trascienden las declaraciones de la ministro de Interior chilena. “Para nada está en mi intención inmiscuirme en el territorio de nuestros hermanos trasandinos. Quiero ser muy clara: el término (Wallmapu) está enfocado a nuestro territorio nacional”, explicó Izkia Siches.
Sería raro que el gobierno de Gabriel Boric emprendiera algo así. De hecho, ha decidido que su primer visita internacional sea a nuestro país. Más aún, parecería que el mapa latinoamericano irá hacia la monocromía -con una gama de matices- a medida que avance el año.
Pero la Argentina hace bien en advertir -como venimos advirtiendo desde hace un tiempo- y en prevenir los riesgos que impone un mundo mucho más hostil.+)
El secretario de Comercio, Roberto Feletti, es el personaje porque su frase “Milagros uno no hace”, que compite con el sincericidio de la portavoz presidencial por ser la frase de la semana, descubre algo mucho más profundo que la incapacidad para modificar la realidad -tarea eminentemente política-; refleja las divisiones internas del Gobierno. Es extraño que un funcionario considere algo extraordinario lo que la administración de Alberto Fernández considera un objetivo de su gestión.
"El Gobierno puede garantizar que no va a faltar gas en invierno. Digo esto y la realidad puede desmentirme".
De la portavoz presidencial Gabriela Cerruti
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