Fuego Amigo


El operativo sanitario montado el sábado por la mañana por la Policía Bonaerense en la Panamericana resultó una maniobra tan burda como irresponsable. Ninguna casualidad; certera causalidad. Un daño autoinfligido, porque nadie puede ver con buenos ojos semejante barbaridad. Sólo trascendió el caso de una médica del Hospital San Isidro tardó casi cuatro horas en llegar a su trabajo proveniente de Palermo. Pudieron haber sido muchos y graves los inconvenientes forzados por semejante embudo. La población no aguanta más tanta opresión por parte de un gobierno ensimismado.

La arremetida del Gobernador para ir hacia un encierro más restrictivo no se limita a lo sanitario sino que también incluye al ministro Martín Guzmán, quien sostiene con firmeza que la economía no puede incurrir en otro cierre total como el del año pasado. La punta del iceberg esta vez fue el tema tarifario. Como sostiene Walter Schmidt en Clarín, Kicillof sigue siendo el asesor de la Vicepresidenta en términos económicos, y es desde ese terreno que libra su batalla.

La gota que rebalsó el vaso fue un funcionario de tercera línea. Cualquiera sabe que un funcionario de dicho rango jamás podría causar la desestabilización del Ministro de Economía; en todo caso, sería al revés. La cuestión Basualdo reconoce tres puntos destacados. En primer lugar, el modus operandi del gobierno albertista permite una interna entre los ministros y sus funcionarios dependientes de tal magnitud, que inhibe el establecimiento de políticas por parte del Ministerio. En segundo término aparece el malentendido entre Presidente y su Vice. Según trascendió en los medios, Alberto Fernández habría acordado con la Vicepresidenta el desplazamiento del Subsecretario de Energía, Federico Basualdo, cercano al Instituto Patria. ¿Qué pasó en el medio? ¿Era mentira que Cristina había dado su aprobación; o es que le había dicho al Presidente que sí, pero después se arrepintió, o simplemente no le importa el impacto que estas diferencias producen en la gobernabilidad de su coalición? Cualquiera de estas hipótesis es preocupante porque, más allá de los rumores y de las especulaciones, lo que se debilita ya no es la estabilidad de Guzmán, sino la consistencia de la economía nacional; no hay ministros exitosos de presidentes débiles. Las argumentaciones electoralistas que trascienden del seno del poder son insostenibles. Los que le reclaman a Guzmán por la suba de la inflación son quienes le habían reclamado atenuar oportunamente las medidas propuestas y ahora exigen, debido a esos malos resultados, negarle las pocas medidas que le concedieron. Como si se tratara de alguien que gana y otro que pierde. Escupen contra el viento. Si el gobierno pierde a Guzmán, ningún economista heterodoxo serio -ni mucho menos ortodoxo- aceptaría sucederlo. ¿Porqué le permitirían a ellos lo que le negaron a Guzmán? Lo mismo pensaría el FMI. Por eso es inteligente su amenaza: si lo despiden, que se despidan del rumbo. Es evidente que Guzmán trabaja para la subsistencia y, eventualmente, alguna sorpresa electoral con mucha suerte; Axel Kicilof, en cambio, parece creer que se pueden suavizar las medidas para obtener un mejor resultado electoral. Pero Kicillof es el mismo que cree que cortar la Panamericana le deparará el rechazo de los que lo rechazan; un simplismo inadmisible en un político moderno. En la ecuación de los tres tercios habría que tratar de captar al tercio del medio, muchos de los cuales probablemente estaban física o espiritualmente en la Panamericana el sábado a la mañana.

EL PERSONAJE: MARTÍN GUZMÁN

A pesar de que los últimos trascendidos de la Casa Rosada parecen confirmar que Guzmán se mantiene en el gobierno, el episodio amerita mirar al joven Ministro en HD. Porque quedó de manifiesto que su gestión constituye una especie de última oportunidad. Porque no hay otro candidato en el menú que pueda convertirse en un nuevo y legítimo interlocutor con el FMI, el Club de París y demás acreedores con los que el “Ministro de la Deuda” lidia a diario. En este sentido, logró obtener la credibilidad tanto de los acreedores como también de numerosos sectores de la economía argentina, cuyo tejido, meticulosamente cuidado y fluido, se tradujo en acuerdos. Ahora bien, muchos de esos acuerdos fueron desarmados por funcionarios de su mismo gobierno que no comparten sus políticas, y que responden al kirchnerismo. El sendero se le hace cuesta arriba. La economía en este contexto es una bomba de tiempo. Mientras Guzmán se dispone a cortar el cable azul o el colorado, sus funcionarios le tiran pelotas de básquet a los codos, como si el estallido sólo pudiera afectarlo a él. +)

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