1M: El ataque, la mejor defensa


Nos preguntábamos qué Alberto Fernandez nos íbamos a encontrar en el Congreso, y la única certeza que nos dejó el discurso del 1M es que tenemos un Presidente multifacético, con mucha facilidad para transitar de la moderación a la agresión. Así fueron sus últimas apariciones públicas: en el lapso de una semana transitó de la búsqueda de un amplio consenso, a través de la motorización del Consejo Económico y Social, a la máxima polarización que presenciamos ayer en el Congreso. Puede construir puentes e, inmediatamente, derrumbarlos. Queda en evidencia por sus numerosas contradicciones discursivas: de las chicanas al llamado a la unión, sin escalas.

Fue un discurso de puño y letra de Alberto Fernández, según dejaron trascender sus asesores, por ende, lo más genuino que pudimos ver de esta faceta suya. Y en el afán de dejar “su impronta” en el texto paradójicamente olvidó incluir lo más importante, que es dejar inaugurado formalmente el período ordinario del Congreso al final de su mensaje. Su exposición dejó el sabor de algo vacío, desordenado, confrontativo y poco constructivo; una enumeración caótica, al mejor estilo borgiano. Con una extensa duración -casi dos horas-, su discurso se estructuró bajo algunos grandes temas pero, aún en el desorden de ideas, anuncios, cifras y declaraciones, pudo dejar en claro cuales son las prioridades de su administración: la deuda externa, y la Justicia, que señalan a sus dos grandes enemigos, respectivamente: la oposición cambiemita, con la cual eligió polarizar con miras a octubre, y los jueces, la gran amenaza que acorrala a su Jefa política.

Abrió el discurso refiriéndose a la pandemia y avanzó en una enumeración de todas las medidas gubernamentales adoptadas para paliar la crisis, hasta que se decidió a abrir fuego contra la oposición, a los que acusó del uso de “pirotecnia verbal” y a quienes pidió que “entierren el odio que cargan y ayuden a levantar los cimientos del país que derrumbaron”. El tiempo del diálogo dejaba lugar a la campaña electoral. Quedó en evidencia su apuesta: asegurar la base electoral propia. El tono confrontativo fue el formato elegido.

Cuando alcanzó el punto álgido del discurso, habló de economía. El Presidente ratificó la heterodoxia kirchnerista al confirmar el congelamiento de tarifas, la desdolarización de los servicios públicos, por medio de una declaración de emergencia por ley, y el manejo de la inflación a través de la implementación de controles de precios, entre otras medidas intervencionistas. Pero, más allá de estas definiciones, dejó en claro que el único plan económico que tiene el gobierno para 2021 es el refinanciamiento de la deuda. Fueron en total 18 menciones consecutivas que hizo al “FMI” y a la “deuda”. El clímax fue el anuncio de la denuncia penal que formulará en contra de los funcionarios macristas que contrajeron la deuda con el Fondo Monetario; jueguito para la tribuna. Definitivamente Fernandez pateó el tablero de la economía dificultando la tarea encomendada al Ministro Martín Guzmán que ya se preparaba para afinar con el lápiz los esperanzadores números económicos que viene arrojando el primer trimestre del año y que constituyen un buen boleto para sentarse en la mesa de negociación del organismo.

El último gran tema, aunque el más importante, fue el abordaje del Poder Judicial, área en la cual anunció el paquete de medidas más elaborado y claramente referidos a un plan mayor, tales como proyectos que limitan el poder de la Corte Suprema de Justicia, y un proyecto de reformulación del Consejo de la Magistratura, entre otros mencionados. Una jugada que dejó evidenciada la abierta contienda del gobierno contra los magistrados, que, Zoom mediante, recibían las críticas y acusaciones de ser “el único poder que pareciera vivir en los márgenes del sistema republicano”.

Alberto Fernández demostró ayer, en presencia de la Vicepresidenta, la máxima lealtad y acatamiento de pura doctrina kirchnerista en materia política, económica y social. Priorizó abordar el frente interno por sobre la política exterior, que fue el gran tema ausente.

Encerrado en el laberinto cristinista, demostró ser una figura maleable, aspecto que más preocupó al peronismo de centro y que amenaza al voto blando peronista.
“Cualquier razón se volvió válida para incitar banderazos”, había aseverado un Presidente, que, víctima de sus propias palabras, recibió un inmediato repudio popular esa misma noche, en otro capítulo más de los cacerolazos de la historia argentina.

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