Nuestra Revolución francesa


Estamos ingresando en la Semana de Mayo que huele mucho a Revolución Francesa, tanto por los principios que la inspiraron como por sus circunstancias históricas.
Los criollos despertaban a un mundo nuevo, más aún que el de las tierras que ocupaban.
Las instituciones se debilitaban, las costumbres se perdían, las creencias cambiaban. No había casi lugar para dogmatismos, como los que sostienen a la monarquía. Tal era el desorden que, a la hora de declararse la independencia, los congresales analizaron seriamente adoptar esa forma de gobierno en cabeza de un monarca incaico.
El 25 de Mayo se recuerda el primer gobierno patrio. Pero lo que realmente festejamos de aquella revolución fue la autovaloración y el comienzo efectivo del deseo de ser nación.
Un pueblo es una sociedad asentada en un territorio; una república es una forma de gobierno; el Estado es el aparato administrativo que instrumenta las decisiones políticas, pero una nación es, como decía Ortega y Gasset en España Invertebrada, “un proyecto sugestivo de vida en común”.
La Argentina tuvo varios proyectos a lo largo de su historia y siempre hubo facciones que se volcaron por uno o por otro proyecto: unitarios y federales, liberales y nacionales, radicales y conservadores, estancieros e industriales, peronistas y antiperonistas, políticos y militares.
Lo importante no es partidizarse, sino dividirse. Las naciones grandes son los que suman más pueblos. Es natural tener inclinaciones y preferencias. Lo malo es no querer converger en un proyecto común.
Cada 25 de mayo pensemos en grande, pensemos en la Argentina.+)

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