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15 de Febrero de 2015, Miradas al Sur
Entrevista. Noam Chomsky. lingüista y filósofo norteamericano
“Syriza y Podemos son la reacción al asalto neoliberal”
En un extenso reportaje, el intelectual estadounidense analiza varios puntos significativos de la agenda informativa global: el peligro de la hecatombe nuclear, la crisis de los medios de comunicación tradicionales y la irrupción electoral de la nueva izquierda europea.
Miguel Mora. Contexto y Acción
Ha caído la nevada del siglo en Boston, el termómetro marca 15 bajo cero, los micros no circulan y los autos patinan. A las once de la mañana, el profesor emérito Noam Chomsky, lingüista y filósofo, de 86 años, está ya en su puesto, dando una entrevista a un periodista francés en su despacho del Departamento de Lingüística del Massachussets Institute of Technology (MIT).
Estamos en el legendario Stata Center, construido por Frank Gehry en acero y ladrillo. La Facultad de Ciencias de la Información, Inteligencia e Informática está abarrotada de estudiantes, con abrumadora mayoría asiática. En la octava planta, junto a un ascensor, la guarida de Chomsky y sus asesores huele a café recién hecho, y se respira calma y camaradería.
En un despacho contiguo al de Chomsky está el nonagenario Morris Halle, un barbudo diminuto de ojos vivos, con el saco lleno de migas y pinta de haber compartido vodka y revoluciones con Bakunin. The New Yorker ha comparado a la pareja de lingüistas con Dante y Virgilio, con Sherlock Holmes y Watson. Halle, un lingüista destacado, fue quien llevó a Chomsky al MIT en 1955, cuando nadie se atrevía a contratar a aquel joven judío, brillante y airado recién doctorado en Harvard. En 1968, los dos escribieron a cuatro manos el libro más importante de la historia de la lingüística, The Sound Pattern of English, que hizo por la fonología –el estudio del sonido de las palabras– lo que Chomsky había hecho antes –a los 29 años– por la sintaxis: le dio forma y la convirtió en una ciencia.
Otro personaje clave en la vida de Chomsky es su secretaria, Bev Stohl, una mujer encantadora que en un aparte bromea sobre los venerables maestros: “Ahí los tienes, entre los dos suman más de 200 años”. El despacho de Chomsky, lleno de libros sobre anarquía, guerra, historia y lingüística, es luminoso y amplio, y está presidido por dos grandes fotos de Bertrand Russell, ídolo y referencia del pensador ateo y pacifista. Chomsky sale a recibir al segundo entrevistador del día con gesto afable y sonriente. Se nota enseguida que ha perdido energía y oído y que tiene la voz queda. Pero escucharlo sigue siendo toda una experiencia: tras abrazar todas las causas justas y perdidas, el viejo azote del imperialismo yanqui sigue siendo un Quijote incurable y un analista implacable. Guarda una memoria prodigiosa de fechas, hechos, libros y discursos, no pierde el hilo en ningún momento y mantiene la cabeza clara, ágil y potente.
Además de dar sus clases, escribir sus artículos y atender a sus alumnos, Chomsky imparte conferencias allá donde lo invitan –“tengo la agenda llena hasta 2016”, dice– y contesta personalmente a las docenas de mensajes y cartas que recibe cada día. Según su secretaria, “el hombre no dice nunca que no, simplemente no sabe”. La prueba llega al final de los 45 minutos de entrevista, cuando el periodista lo invita a ser presidente de honor del comité editorial de CTXT. Chomsky responde: “Bueno, no participo en comités… ¡Pero si es honorario, podría!”.
–Se le ve sonriente. ¿Todavía encuentra razones para ser optimista?
–Bueno, algunas hay. Aunque no faltan tampoco para ser pesimista. La humanidad tendrá que decidir, y no a largo plazo, si quiere sobrevivir u olvidar dos enormes e inminentes amenazas: una es las catástrofes medioambientales, la otra es la guerra nuclear. El Boletín de los Científicos Atómicos, que ha sido el principal monitor de cuestiones nucleares y estratégicas durante muchos años, publica un famoso Reloj del Juicio Final. Determina la distancia a la que las agujas del reloj deberían estar de la medianoche. Y acaban de adelantarlo a tres minutos del final. Es lo más cerca que hemos estado desde la Crisis de los Misiles de Cuba. La amenaza nuclear sigue aumentando; siempre ha sido significativa, y es casi un milagro que escapáramos de ella. En este momento, EE.UU. está dedicando un billón de dólares a modernizar y poner al día su arsenal nuclear. El Tratado de No Proliferación Nuclear nos obliga a comprometernos a eliminar estas armas, a mostrar signos de querer eliminarlas. No hay nada de eso. Rusia sigue su carrera, y algunas potencias menores también.
–Pero casi nadie habla de ello.
–No se habla mucho, salvo algunos analistas estratégicos, expertos económicos y otra gente preocupada por estas cuestiones. Pero hay amenazas muy serias. Una es el conflicto en Ucrania. Uno confía en que las potencias se frenarán, pero viendo los antecedentes no es en absoluto seguro. Sólo un ejemplo: a principios de los años 80, la administración Reagan decidió sondear las defensas rusas. Así que simularon ataques por tierra y aire, incluyendo armas nucleares. No dijeron a los rusos lo que estaban haciendo porque querían provocar no un simulacro, sino una alerta real. Fue un momento de extrema tensión. Reagan acababa de anunciar iniciativas estratégicas de defensa como la Guerra de las Galaxias, pero los analistas de ambos bandos lo interpretaron como un arma de primer ataque. No es un misil defensivo, si en algún momento llega a funcionar, sino una garantía para lanzar el primer ataque. Ahora, conforme los archivos rusos se han ido haciendo públicos, la inteligencia de EE.UU. ha reconocido que la amenaza fue extremadamente seria. De hecho, un informe reciente asegura que casi estalla la guerra.
–Así que estamos vivos de milagro.
–Vuelvo a su pregunta inicial. ¿Optimismo? Es siempre la misma historia. Siempre, no importa cómo juzgues lo que está pasando en el mundo, tienes, básicamente, dos opciones. Puedes decidir ser pesimista, decir que no hay esperanza y abandonar todo esfuerzo, en cuyo caso contribuyes a asegurar que suceda lo peor. O puedes agarrarte a cualquier esperanza –siempre hay alguna– e intentar hacer lo que puedas y quizás así seas capaz de evitar un desastre, o incluso, de abrir el camino a un mundo mejor.
–Usted cambió la lingüística cuando tenía 29 años y luego intentó cambiar el mundo. Todavía sigue en ello. Imagino que lo segundo ha sido más duro que lo primero. ¿Ha valido la pena?
–¡Cambiar la lingüística también fue bastante duro! Tiene un poco de ciencia, aspectos de filosofía contemporánea. Creo que he estado en el lado adecuado, aunque formo parte de una pequeña minoría.
–¿Y diría que el balance ha sido positivo?
–Ha habido éxitos, no sólo míos, sino de la oposición popular a la violencia, a la guerra, a la desigualdad. El movimiento por los derechos civiles –en el que yo no fui una figura de referencia pero estuve involucrado, como tantos otros– consiguió objetivos significativos, aunque no todos los que perseguía, ni mucho menos. Si hacemos caso a la retórica oficial, la lucha de Martin Luther King acaba en 1963 con su famoso discurso “Yo tengo un sueño”, que condujo a la legislación de los derechos civiles y a una mejora significativa de los derechos de voto y de otros derechos en el sur. Pero King no se detuvo en ese punto. Continuó luchando contra el racismo del Norte y también intentó generar un movimiento por los pobres, no sólo negros, sino los pobres en general. King fue asesinado en Memphis (Tennessee) mientras apoyaba una huelga de funcionarios. Luego, su mujer, su viuda, lideró la Marcha por el Sur, por todas las zonas donde había habido disturbios, llegó a Washington y montó una acampada, Resurrection City. Aquel era el Congreso más liberal de la historia: les permitieron quedarse un tiempo y luego mandaron a la policía de noche, destruyeron el campamento y desalojaron a todo el mundo. Ese fue el final del movimiento para atajar la pobreza. Hoy sabemos que gran parte del problema no ha sido erradicado.
–Europa vive también el período más sombrío de los últimos 50 años.
–Ha habido mejoras importantes, pero toparon con una barrera. Y esa barrera empeoró con el asalto neoliberal contra la población mundial, que empezó a finales de los años 70 y despegó con Reagan y Thatcher. Europa es hoy una de las mayores víctimas de esas políticas económicas de locos, que suman austeridad a la recesión. Incluso el FMI dice que ya no tienen sentido. Pero sí tienen sentido desde un punto de vista: están desmantelando el Estado del Bienestar, debilitando a los trabajadores para aumentar el poder de los ricos y los privilegiados. Visto así, es todo un éxito; el resultado es destruir las sociedades, pero eso es una especie de pie de página que no tienes en cuenta si estás sentado en las oficinas del Bundesbank.
–La sociedad ha empezado a moverse. ¿Cree que cambiarán las cosas?
–Hay una resistencia muy significativa contra el asalto neoliberal. La más importante se da en Sudamérica, es espectacular. Durante 500 años, Sudamérica sufrió la dominación de las potencias imperiales occidentales, la última de ellas, EE.UU. Pero en los últimos 10 o 15 años ha empezado a romper con eso. Esto tiene mucha relevancia. Latinoamérica fue uno de los socios más leales de los consensos de Washington, de las políticas oficiales.
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