Para un lado y para el otro va la fuerza de Hugo Moyano.
Cuando se peleó con el Gobierno por la cuestión del exhorto suizo y llamó a inmovilizar el país le generó un problema al Gobierno, ciertamente, porque es un incordio para la gente y porque el efecto del triunfo catamarqueño quedaba diluido.
Pero también le hacía un favor. En un año electoral, una pelea con Moyano le venía de perillas a la Presidente.
Probablemente, el camionero se dio cuenta y buscó el abrazo del oso. Levantó el paro (hay quienesn dicen que no tuvo apoyo para mantenerlo) y criticó a dirigentes de la oposición, que no podían haber elegido un mejor jefe de campaña.
En el éxtasis de la ilusión, el oficialismo depositó sus esperanzas en Chubut. Es una realidad contundente que los dos candidatos que apoyó la Rosada han tenido un significativo aumento del caudal electoral. Sin embargo, el lamento y la queja por la realización de un eventual fraude aguaron lo que había sido un logro en sí mismo: el empate técnico. Pero el que se queja del réferi por el resultado adverso suele ser el perdedor, y el Gobierno emitió esa imagen al hacer tanta alaraca en el fraude más que en el resultado.
Ahora volvió Macri de su gira internacional y se revitalizó su campaña, al mismo tiempo que los radicales apagan motores y hasta se habla de la no realización de las preinternas radical y del peronismo federal.
Si Macri nombrara en estos días a su sucesor, su postulación sería más creíble y podría empezar a encolumnar dirigentes y a mejorar en las mediciones.
En cambio, si el radicalismo sorprendiera con Lilita Carrio como candidata a jefa de Gobierno como punta de un acuerdo con la Coalición Cívica y con el GEN, se constituiría como el contendiente del Frente Para la Victoria, que ha logrado pararse en el medio del ring.+)
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