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Latinoamérica sufre dolores de parto. El año pasado fue elocuente con las irrupciones institucionales en Perú y en Bolivia, el terremoto social chileno y, más recientemente, la extrañísima asamblea constituyente trasandina, la elección de Pedro Castillo, las agitaciones en Colombia y el endurecimiento de los regímenes en Venezuela y Nicaragua, por mencionar algunos pocos ejemplos. En Argentina también se recalienta el humor social, como ilustra la foto que representa el caos y las protestas que tuvieron lugar esta semana en diferentes focos, entre ellos, la estación de Constitución.
Lo que sucedió los últimos días en Cuba y en Haití son, precisamente, hechos destacados. Hay razones para creer que ni la revuelta social en Cuba ni el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, hayan sido sucesos azarosos sino, más bien, parecen ser la punta de un inmenso iceberg caribeño. Ambos países tienen similitudes que permiten esbozar una lectura compartida. En primer lugar, tanto Cuba como Haití son islas que constituyen como pocas el patio trasero inmediato de los Estados Unidos.
En segundo término, políticamente hablando, tienen gobiernos autoritarios; ya sea comunista, como en el caso de Cuba, o impuestos fraudulentamente, si nos referimos al Presidente haitiano que fue ungido en elecciones plagadas de irregularidades según la mirada de observadores internacionales, y que gobernó a decreto limpio tras haber disuelto el Parlamento hace dos años y prohibir las correspondientes elecciones. Son países en los que la democracia brilla por su ausencia.
Tercero, ambos países florecieron con la primavera petrolera de Chavez a través del programa PetroCaribe y se marchitaron cuanto éste llegó a su fin. El mismo Moïse, y su partido, venían enfrentando serias y graves acusaciones en la justicia por malversación de los fondos de PetroCaribe.
A raíz de ello, podemos mencionar otro aspecto compartido, que tiene que ver con el descontento social que desató, en ambos casos, la escasez del petróleo venezolano. El reclamo de los cubanos en las calles apuntaron contra la falta de energía, que se sumó a los de la pobreza estructural, la corrupción del régimen y el desabastecimiento de alimentos. En Haití, las protestas se desencadenaron contra el entonces Presidente Moïse en septiembre de 2019 también a partir de la escasez petrolera; fueron violentas y duraron seis semanas, un período de tiempo suficiente como para debilitarlo. Ese fue el proceso previo al magnicidio, pero lo cierto es que la decisión de acabar con él se habría desatado al trascender su deseo de apelar a una tramoya legal para alargar unos meses más su mandato.
Son panoramas que evidencian similitudes y que tienen denominadores comunes, incluyendo a Nicaragua. Daniel Ortega, el Castrismo y Moïse parecen ser tres objetivos del gobierno del diplomático Joe Biden quien, luego de retirarse de Afganistán, Alemania, de ordenar la NATO y redireccionar al G7, empieza a ocuparse de lo que desatendió por tantos años. Desde el fracaso del ALCA. Todo lo que está al Sur del Río Grande.
La región está convulsionada, y las convulsiones producen efectos.
El que tiene que permanecer atento ahora es el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que viene demostrando una tendencia de gobierno autoritario, como lo hizo con la llamativa destitución de la Corte Suprema de Justicia. Podríamos avisarle, como decían los españoles, que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.+)
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