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Las instancias electorales regionales son un foco de análisis porque pueden predecir tendencias políticas. Este domingo culminaron los procesos electorales en México -que entre otros cargos renovaba la estratégica Cámara de Diputados- y la segunda vuelta de la elección presidencial en Perú. En la Argentina se produjo también el primer test electoral subnacional, de la provincia de Misiones, que adelantó su elección legislativa local, desdoblándose, así, del comicio nacional.
Estos procesos tienen más similitudes que diferencias y las observamos bajo la luz de tres variables, que son el grado de participación de la sociedad, la atomización de la oferta electoral y la legitimidad de los resultados. En los tres casos, hubo un marcado descenso de participación de la gente en la elección, a pesar de que el voto es obligatorio en cada caso: la gente fue más reacia a ir a votar. En México, la participación fue de 52%, en Misiones del 57% y en Perú del 76%. Todavía prevalece la salud y el miedo en el inconsciente colectivo. Tanto en Perú como en México el virus sacudió el sistema hasta el borde del colapso. Esto le valió al Presidente AMLO un tímido triunfo, que no le alcanzó siquiera para retener la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; su objetivo era mantener la mayoría especial. Tampoco la tiene en el Senado, que no tiene renovación intermedia. El problema no es la pérdida de legitimidad popular –porque retuvo la mayoría simple para aprobar proyectos de ley ordinarios– sino las dificultades para la gobernabilidad, ya que va a necesitar de la oposición para negociar las reformas más profundas y radicales que tenía previsto promover la alianza gobernante: la ambiciosa "Cuarta Transformación" del país azteca. Lo que estaba en juego era la gobernabilidad. El oficialismo de MORENA está volcado hacia la izquierda, mientras que la oposición reúne a los tradicionales (PRI, PAN, PRD).
El proceso peruano fue bien distinto: inicialmente, de total atomización -en la primera vuelta de la elección presidencial, que fue hace poco más de un mes, participaron casi 20 candidatos de diferentes partidos- mientras que el balotaje dividió al electorado en partes iguales. Es el reflejo de la inestabilidad política que sacude a Perú, que sumó cuatro presidentes y dos Congresos a lo largo de un solo mandato presidencial. Un outsider como Pedro Castillo, líder del gremio docente que representa al interior del país con nula experiencia en la función pública, y Keiko Fujimori, hija del ex Presidente, de derecha, considerada ahora en el establishment peruano como “el mal menor”, se enfrentaron en una fatídica batalla que por resultar un empate técnico, se terminará resolviendo en el Jurado Nacional de Elecciones cuando resuelvan las actas impugnadas. La mínima diferencia de votos que le brinda el triunfo y la polarización garantizan un pronóstico reservado a quien sea consagrado presidente. Además, en cualquier caso, tendrá que enfrentarse con un Parlamento extremadamente fragmentado. El último período presidencial demuestra que esta situación es de total inestabilidad; muestra de ello es que se llevó puesto a tres presidentes en funciones. Pareciera que se mantienen los incentivos institucionales que pueden generar las condiciones para que se vuelvan a repetir.
El caso de la elección constituyente de Chile es para analizar bajo esta misma perspectiva, porque, similarmente a lo que pasó en Perú, está signada por un proceso de caos social, que busca plasmarse en una nueva Constitución. La elección constituyente que tuvo lugar a mediados de mayo reflejó un rotundo rechazo al gobierno del presidente Piñera, y, con apenas una participación del 40% de los chilenos en las urnas, optó por una Asamblea que redacte una carta magna progresista y prácticamente revolucionaria, marcada por el voluntarismo de la juventud chilena que fuera la protagonista e incitadora del caos social del año 2019.
Hasta aquí, se consolidó una tendencia: la derrota de los oficialismos, que se observa tanto en política como en las instituciones de la sociedad civil.+)
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