La política exterior de Alberto Fernández va a la deriva. En determinadas circunstancias, eso es más peligroso que en otras. La crisis del Canal de Suez es elocuente al respecto. Un fuerte viento la cruzó de modo tal que la dejó tabicando un canal estratégico para el comercio internacional, ya que es el paso navegable más largo del mundo y el más importante por el volumen de transporte que significa el comercio entre Europa y Asia.
Durante las celebraciones de los 30 años del Tratado de Asunción, l
a elocuencia de Alberto Fernandez hizo encallar al barco del Mercosur: “
Lamento si nos hemos convertido en una carga; no queremos ser una carga para nadie. Lo más fácil es bajarse del barco, si la carga pesa mucho”. El fuerte cruce se produjo con Lacalle Pou que reclamó, con vehemencia, la flexibilización del bloque, trabada por el veto de Argentina que bloquea todas las negociaciones con terceros países, que requieren de la unanimidad de todos los países miembros para poder prosperar.
En este boletín venimos sosteniendo que el Presidente dedicó sus esfuerzos en priorizar la política interna frente a la externa; sobre esta última conocíamos algunos pocos trazos, muchas veces contradictorios. Hasta ahora. La decisión del gobierno de cancelar los viajes de los Presidentes del Mercosur a la Argentina ya significó todo un gesto para los propios diplomáticos. Una reunión remota nunca puede reemplazar la visita protocolar de un Presidente. Alberto lo sabe bien; el Presidente uruguayo también, que por su parte remarcó, en la reunión, pantalla de por medio, que “para hablar estos temas es mejor haciéndolo mirándonos a los ojos”. El gobierno argentino busca demorar así el tratamiento real de los insistentes y crecientes reclamos de flexibilización que ensayan en conjunto sus pares de Paraguay, Brasil y Uruguay.
No todo fue la reunión del Mercosur.
Los ánimos diplomáticos ya venían sacudidos con la formalización de la salida de Argentina del Grupo de Lima, la agrupación de países reunidos por la crisis de Venezuela, que había sido impulsada por el expresidente Donald Trump. El gobierno argentino justificó el portazo alegando que los esfuerzos del grupo
“no han conducido a nada”. El
comunicado de la Cancillería dejó sabor a poco y
Solá se encargó de profundizar la ambigüedad:
“Argentina no se acerca a Venezuela, se aleja de un lugar donde nunca estuvo”.
En todos los casos, Argentina se queda a mitad del camino. Alberto Fernández, atado de manos,
se mueve en un confuso sendero que transita entre la prudencia decisional y la confrontación agonal, el estilo presidencial que ahora cruzó las fronteras. Pero no es solo Cristina quien lo limita; también está el FMI. De allí que las señales presidenciales al Grupo de Puebla, su ámbito natural de acción en la región, son todavía tibias. De hecho, la respuesta de Fernández a su par uruguayo sorprendió más por su dureza que por su contenido, como señaló Hernan de Goñi
en El Cronista.
No hay un plan manifiesto de política exterior, porque eso depende del acuerdo con el FMI. Hasta la conmemoración del Día de la Memoria el pasado miércoles, estuvo cruzada también por los asuntos de política exterior. Y es que Cristina Kirchner se encargó de entorpecer las negociaciones que mantenían Alberto y su ministro Martín Guzmán con el Norte cuando dijo:
“No podemos pagar porque no tenemos la plata para pagar”. La realidad es que el viaje del Ministro fue más un gesto de tranquilidad para con los actores financieros sobre el manejo de la macroeconomía argentina, para calmar cualquier fantasma de desconfianza, que un avance real en los términos de la renegociación del acuerdo. De todas maneras,
mientras la política exterior siga a la deriva y el buque del Mercosur encallado, impidiendo el flujo de las exportaciones y el ingreso de divisas, no llegarán las buenas noticias desde el FMI para los argentinos.+)
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