Los Cien Primeros Días de un gobierno reflejan numerosos antecedentes para proyectar sobre el resto del período, ya que suele ser el momento en que se impone el estilo y la impronta presidencial.
Más aún si nos referimos a un Presidente que goza del llamado “poder delegado”, que es comparable al carácter hereditario. La candidatura de Néstor Kirchner fue un caso paradigmático, ya que luego de triunfar lo primero que hizo fue eliminar y estigmatizar a su padrino, Eduardo Duhalde. Alberto Fernández fue, como jefe de gabinete, el ejecutor de esa estrategia.
La viuda de Kirchner había visto cómo el gobernador cordobés dejó pasar la oportunidad de su triunfo provincial para lanzar una candidatura que pudo haber sido ganadora y sopesó sus limitaciones y la potencialidad de formar una nueva fórmula que licuara aparentemente su participación. Cuando nominó a Alberto Fernández Juntos por el Cambio estaba seguro de su triunfo, debido al techo bajo que proporcionaba la figura de Cristina Fernández. Pero la política supo más que el marketing.
El verdadero interrogante pasaba en ese momento por la fidelidad que tendría Alberto para con Cristina, ya que su antiguo Jefe de Gabinete había renunciado tras la crisis del campo de 2008 y no se privó de criticar duramente desde el llano al gobierno cristinista.
El gabinete
El informe que emitió LLyC sobre el posible gabinete nacional acertó en prácticamente todos los nombres, aunque ciertamente en algunos casos se trataba de cinco candidatos. Pero también es cierto que muchos de ellos terminaron en la mayor parte de los casos, en alguna función.
Esa nómina no asustaba al Círculo Rojo del Poder, ya que se trataba en muchos casos de políticos experimentados y reconocidos en sus materias. Lo que llamó la atención fue la manera en que estos ministros quedaron con su poder acotado por el condicionamiento en la constitución de sus equipos.
Más aún, una extraña parcelación del Poder Ejecutivo en la coalición gobernante permitió visualizar la omnipresencia de la Vicepresidente. El último antecedente de este modelo de gobierno -el de la división del poder en manos de los aliados- se pudo percibir en el gobierno porteño de Carlos Grosso, que pagó caro tener bajo su órbita a funcionarios que actuaban sin su aprobación ya que no lo consideraban su jefe político.
Este no es un dato menor, dado que Alberto es un hombre del PJ Capital e integró un gabinete, como el primero de Kirchner, en el que la porteñidad era mayoritaria. El segundo gabinete del santacruceño fue mayoritariamente bonaerense, que es la matriz del poder que en la actualidad manipula su viuda.
El verano
“Nuestra luna de miel va a ser de una sola noche”, anticipaban los albertistas de paladar negro. “Hay que pasar el verano”, los alentaba su conductor.
El Presidente tuvo el acierto de caracterizar, sobria pero claramente, la herencia recibida. Sabía que había sido elegido por rechazo al macrismo y no por los dudosos méritos suyos ni totalmente por el madrinazgo de la Viuda de Kirchner.
Sed propusieron mantener los costos nominales, atacar a la inflación y concentrarnos en la demanda de los que menos tienen, para llegar a la otra orilla del verano, que era alcanzar un acuerdo por la deuda. Recién ahí empezaría la gestión presidencial.
De acuerdo con la máxima romana, ante la escasez había que ofrecer pan y circo. Pero cuando no se puede brindar alimento hay que entretener a la gente para no ser devorados por la confusión. Esto es lo que explica la conducta del Ejecutivo durante estos últimos meses. No es otra cosa que lo que hizo Kirchner al asumir su raquítico poder en 2003: tensar la cuerda, identificar a los enemigos, estigmatizarlos y eliminarlos.
Lo único realmente importante para el Presidente es acordar con el Fondo Monetario Internacional (FMI), vértice al cual se proyectaron todas sus decisiones: el ajuste a los jubilados; el aumento de la presión fiscal (bienes personales, renta financiera, cheques); la concertación con la oposición por la deuda sostenible; las retenciones a la soja, y es probable que también las declamadas políticas de género y en favor de la legalización del aborto, dado que a veces se vincula con las exigencias de los organismos internacionales.
Hubo medidas que parecen responder a su discurso preelectoral: la moratoria impositiva y la menor contribución patronal en el caso de las pymes; un aumento en la AUH; la desaparición del IVA en alimentos; el congelamiento de las tarifas y del costo del transporte por 180 días, de la tasa de los créditos UVA; el otorgamiento de un bono a cuenta de futuros aumentos salariales, y un freno en el aumento de los combustibles.
Asimismo reestableció controles de la era Moreno, tales como las licencias no automáticas para la importación y los Precios Cuidados. El tipo de cambio diferenciado, la emisión monetaria para pagar el gasto y el uso de reservas para pagar la deuda, fueron algunos otros recursos de aquellos tiempos.
La convocatoria a la Mesa del Hambre y al Consejo Económico y Social fueron manifestaciones que no se tradujeron en mayores resultados, por lo que no merecen mayor análisis.
Las pujas internas
Lo que hoy merece más atención parecería ser las pujas internas del poder.
Una de las connotaciones que el círculo rojo ponderó al escuchar la presentación del gabinete presidencial fue el de la transparencia. Gabriel Katopodis en Obras Públicas, Mario Meoni en Transporte, María Eugenia Bielsa el Vivienda y Gustavo Béliz en la administración pública, eran la mejor garantía que podía tener el contribuyente para el manejo del erario público.
Sin embargo, Meoni sufrió junto a un íntimo del Presidente, como lo es Santiago Cafiero, ataques del kirchnerismo por un anuncio no efectuado de aumento de tarifas que los tiene a ambos en capilla. A Gustavo Béliz le cascotearon a su candidato a embajador al vaticano hasta voltearlo -a pesar de la virtual aprobación papal- y ahora aparece nominado para la presidencia del BID, lo que implica un pasaporte al espacio exterior. Katopodis y Bielsa mantienen, por su parte, un bajísimo perfil.
El núcleo del poder se encuentra exclusivamente en el Presidente, con la eventual colaboración del jefe de gabinete Santiago Cafiero, el secretario general julio Vitobello, la secretaria Legal y Técnica Vilma Ibarra y el secretario de Comunicación Juan Pablo Biondi.
Los ministros tienen todos un doble comando: deben asistir a las ceremonias presidenciales y, al regresar a sus despachos, contener el ataque de los alfiles subalternos que responden al cristinismo.
Uno de los casos más llamativos es Energía, en donde la designada Directora Nacional de Generación Hidráulica y Energías Renovables, Andrea Polizzotto, no llegó a asumir por mostrarse en una foto con la esposa de José “Pepe” Albistur, quien había logrado el desplazamiento del jefe de gabinete de Lanziani. Polizzotto fue rescatada por el gabinete de Matías Kulfas, a la sazón, jefe de Lanziani.
No vale la pena analizar las causas de la demora en la toma de decisiones en cuestiones tan importantes como Vaca Muerta y el programa de energías renovables, incluyendo el de biocombustibles, que afecta seriamente en el interior del país.
Las medidas
Todas las áreas tienen cuitas para contar como la referida en Energía. Pero sí podemos decir que hay tres medidas que se mantienen desde el 10 de diciembre estas son la negociación de la deuda, la reforma judicial y la intervención y desarticulación de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Por eso es que hay que observar el modelo del Ministerio de Justicia como una referencia significativa. La titular es una persona de la íntima confianza presidencial, Marcela Losardo, que fue socia del estudio del Presidente, que está secundada por Juan Martín Mena, como secretario de Justicia, quien es consignado como el artífice de la política judicial del cristinismo.
En la AFI, en donde se esperaba el nombramiento de Alberto Iribarne o de Gustavo Béliz, fue a parar la antigua procuradora general y presidenta de Justicia Legítima, Cristina Caamaño. Cristinista pura.
La política exterior
Hasta ahora la política exterior es errática. El Presidente había anticipado que no viajaría hasta marzo. Sin embargo, se estrenó con una visita a Tierra Santa, en la que pretendía encontrar a Donald Trump y a Vladimir Putin, pero que se tuvo que conformar con una reunión con el primer ministro israelí. Intentó extender la gira al Vaticano, España, Italia, Francia y Alemania, pero no pudo y tuvo que regresar a Buenos Aires para volver a las pocas horas al Viejo Continente.
En lo único que tiene un rumbo claro es que quiere ser previsible para los Estados Unidos, a donde envió a su verdadero asesor en relaciones internacionales como embajador: Jorge Arguello. Fernández intentó enviar a Washington el mensaje de que se mantendrá tan cerca a esa capital como su par mexicano, Andrés López Obrador. Pero que como AMLO se va a permitir seguir haciendo un bolivarianismo responsable. Se trata de un equilibrio muy delicado.
En el discurso del 1 de marzo fue muy vehemente en la necesidad de mantener relaciones con América latina, pero especialmente con el Mercosur. Sin embargo, aún no se encontró con su par brasileño, Jair Bolsonaro, y evitó asistir a la asunción de su vecino Luis Lacalle Pou, en donde podría haberse visto con los mandatarios entrante y saliente de ese país, el propio Bolsonario, el paraguayo Mario Abdo Benítez, el colombiano Iván Duque, el chileno Sebastián Piñera y el Rey Felipe de España.
La política exterior de un mandatario pragmático no puede demorar tanto tiempo el encuentro personal con sus interlocutores regionales, si es que realmente le importara privilegiar al subcontinente.
De igual manera, en ese discurso ante la asamblea legislativa expresó la necesidad de reforzar lazos con Rusia y con China, pero ni mención hizo de los Estados Unidos. ¿Será que calla lo que importa y grita lo que es vano? Analizando los invitados a su propia asunción presidencial, parecería que tiene una concepción muy personalista de las relaciones internacionales. De otra forma, la Argentina no debería ningunear nunca a su vecino boliviano por la causa que sea. El propio canciller Felipe Solá no es otra cosa que un alter ego suyo. No tiene antecedentes intelectuales en una materia tan sensible, ni siquiera maneja bien el inglés; pero conoce al dedillo el pensamiento político del Presidente.
El oficialismo
Una de las definiciones más complicadas es la de limitar el oficialismo. Podría decirse que por ahora la coalición gobernante tiene tres patas -el cristinismo, el peronismo y el massismo lavagnismo- y un centro, el albertismo.
El sector que orientan Cristina y Máximo Kirchner hacen pie en la provincia de Buenos Aires y tienen sus tentáculos en varias áreas de gobierno y del Congreso.
El massismo -al que se puede ver cercano al lavagnismo- tiene sus reales en la Cámara de Diputados, en donde Sergio Massa es presidente; Transporte, Aysa, el ENACOM, la Legislatura bonaerense y algunos municipios. Es pequeño, pero su fortaleza radica en su cercanía al núcleo albertista.
El peronismo, en cambio, está perdido. Ha recibido alguna porción del Ejecutivo como paga por su apoyo, en algunos de los casos, pero ya no tienen los mimos ni las caricias que el mismísimo Alberto les dedicaba en las vísperas de su elección. Gobernadores e intendentes, que fueron la esencia del peronismo en las últimas décadas, están en estado de deliberación. El sindicalismo, a quienes les ha puesto a un íntimo suyo como ministro, Claudio Moroni, también está expectante ya que no recibe ninguna referencia ni mención; más aún, cuando se muestra con ellos lo hace mezclándolos con los movimientos sociales.
Vale la pena mencionar aquí al ministro del Interior, Wado de Pedro, que hace un extraordinario equilibrio entre todas estas partes sin caerse en ninguna dirección.
La oposición
El Presidente intenta hacer a Mauricio Macri líder de la oposición y, al mismo tiempo, rebanarle el radicalismo. Lo intentó al acordar con los gobernadores, por un lado, y por mentar a Raúl Alfonsín más que al propio Kirchner, anque enviar a su hijo Ricardo como embajador a Madrid.
Por otro lado, como buen porteño, ha convertido al Jefe del Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, como el verdadero retador, e intenta acotarle el espacio hasta su mínima expresión. Teme, además, que Horacio nuclée a quienes no se alineen con él. No en vano mantuvo a su íntimo amigo Claudio Ferreño como legislador para que sea una perfecta correa de transmisión de su política en la Capital.
Hay tres sectores sociales que podríamos alinearlos aquí: el campo, la Iglesia y las Fuerzas Armadas.
Con el campo estuvo astuto y lo encaró desde el principio y con el apoyo del FMI, por una parte, y de dos corporaciones nacionales fuertes, como ACA y AGD, de quienes designó a ejecutivos suyos en el Ministerio de Agricultura. El propio ministro Luis Basterra, con su estilo desalineado, no es una persona imprevisible para corporaciones multinacionales como Monsanto. Las entidades del agro quedaron divididas por una buena negociación del aumento de retenciones (que quedó exclusivamente de tres puntos adicionales a la soja) y por el momento quedaron neutralizadas.
A las Fuerzas Armadas las salió a buscar aprovechando el contingente que marchó con la Fuerza de Paz de la ONU a Chipre y dio mensajes alentadores. Le costó un tirón de orejas de Nora Cortiñas, pero logró la solidaridad de gran parte del sector de los derechos humanos para dar vuelta la página con el relato de que estos jefes militares egresaron en democracia. El propio ministro Agustín Rossi, que ya tiene experiencia en el cargo, supo enmendar la impericia del macrismo en esta materia y generar alguna expectativa en los altos mandos militares con pautas claras de reequipamiento y con lineamientos más claros sobre la defensa nacional.
Con la Iglesia la cuestión fue más difícil. El kirchnerismo la enfrentó desde los tiempos en que Jorge Bergoglio fue su jefe local. Desde el Pontificado de Francisco, Cristina se amigó con él, se manifestó siempre católica y se mantuvo lejos de los obispos, no así de los curas villeros.
Del encuentro en el Vaticano, algunos habían especulado con que el presidente había acordado con el Papa un proyecto tapón de Despenalización de la mujer que aborta y un apoyo a la madre que quiere tener su bebe, por medio de la AUH. Algo así como lo que intentó el entonces Arzobispo de Buenos Aires con la Unión Civil cuando se discutía la ley de Matrimonio Igualitario. Pero algo pasó en el medio y el declamado proyecto para despenalizar se convirtió en uno para Legalizar el Aborto. El Presidente dijo que era una hipocresía negar una realidad como la del aborto clandestino. No tardó el vocero informal del Papa en la Argentina, Mons. Vicente “Tucho” Fernández en confrontar a su paisano gallego: “¿Lo dice por el Papa Francisco?” Era la primera vez que uno de los más claros intérpretes del pensamiento papal salía de esa manera a cruzar a un kirchnerista. No hacía tanto tiempo desde que el Observatorio para la Deuda Social de la UCA salió a blandir indicadores de mejora de la pobreza a pocos días de asumido Fernández, aunque tiempo después corrigió.
El empresariado, por ahora, no tiene arte ni parte en el escenario nacional. El Presidente estigmatiza a algunos sectores a los que ve emparentados con el macrismo, sin reparar en que los empresarios se sienten todos hermanados frente a la amenaza K, excepto algunos emprendedores nacionales, que tampoco están recibiendo un gran impulso con las medidas tomadas por este gobierno. El parate es muy grande en la mayoría de los casos; la expectativa crece y la inquietud asuma.
El futuro
La del coronavirus es una pandemia que está identificada como mundial y con causas ajenas a la Argentina, por lo que sería improbable que pueda impactar en el Gobierno Nacional, excepto que medie algún fallo grave que lo exponga.
Fuera de eso, hay dos líneas que se proyectan como gravitantes para el proyecto presidencial: el acuerdo por la deuda y la relación entre Alberto y Cristina.
Todo parece decir que Alberto está esperando cerrar el capítulo de la deuda para empezar a gobernar plenamente.
El interrogante pasa por saber si ese proyecto incluye a la Vicepresidente o no.
Parecería que el peronismo espera también esa respuesta para delinear su estrategia electoral de cara a 2021.
Lo positivo es que estas dudas se empezarían a disipar, si nos ajustamos a las palabras presidenciales, durante este mes de marzo.
Los idus de marzo refieren al calendario que regía durante el imperio romano. Más o menos para nuestro 15 de marzo, que para ellos era el primer mes del año, fue que Julio César fue asesinado. Fue el principal hito que cambió el curso de la historia de la Roma Antigua.+)
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