Por Carlos Fara, para 7 Miradas
19.10.2016
Trump tiene uno de sus fuertes en el segmento de los blancos menos instruidos, los cuales supuestamente están sufriendo las consecuencias negativas de la globalización y la relocalización de plantas industriales. Sin embargo, es el target que menos desempleo experimenta en EE.UU.: solo el 4 %. Pese a eso, ellos sienten la pérdida del “sueño americano”.
¿Qué significa esto? Que la percepción va por un lado y la realidad estadística por el otro. Que no importa lo que dicen las cifras, sino qué prejuicios se crean en la mente los votantes para ser explotadas políticamente. Hasta aquí ninguna novedad. Llamémoslo “introducción a la formación de la opinión pública”.
Pero The Economist disparó el debate. Habló de la “política post verdad”, diciendo que es la dependencia en aseveraciones que “suenan ciertas”, pero que no tienen base fáctica, verdad que no es falsificada sino de importancia secundaria, agresividad que es tomada como evidencia de disposición de enfrentarse al poder elitista, usada para reforzar prejuicios, campañas basadas en emociones y no en hechos. Obviamente se centra en el fenómeno Trump, pero es aplicable también a las situaciones vividas con los referéndums por el Brexit y el proceso de paz en Colombia.
Sigamos viendo qué dice The Economist. “La fragmentación de fuentes de noticias ha creado un mundo atomizado en que mentiras, rumores, chismes se riegan con velocidad alarmante. Mentiras compartidas en una red en cuyos miembros confían entre sí más que a los grandes medios, toman la apariencia de verdad”. Y “prácticas periodísticas bien intencionadas también son culpables.
La búsqueda de imparcialidad… tiende a crear un balance falso a costa de la verdad”. Concluye The Economist que: “cuando las mentiras hacen disfuncional el sistema político, alimentan la falta de confianza en las instituciones que hace posible el juego de la post verdad”.
Como se ve, la prestigiosa publicación toma nota del complejo fenómeno de la construcción de las opiniones ciudadanas, fuertemente afectadas por la inserción creciente de las redes sociales, en abierto desafío a los medios grandes y tradicionales. Dicho de otra manera, una mayor horizontalidad y acceso a información estaría volviendo todo más incontrolable, con consecuencias negativas e imprevisibles.
Las redes ya no son solo un medio de comunicarse con otros. Detrás existe una potente herramienta de sondeo de opinión y monitoreo de comportamientos, que en algunos casos es más útil y exacta que las tradicionales encuestas. Ya hay bastante conocimiento acumulado a través de la Big Data para generar campañas de micro targeting, pensadas para nichos que en ningún caso superan el 4 % del total del electorado (en EE.UU.). Qué me está interesa en cada momento, en qué conversaciones intervengo, que reenvío, que subo a las redes, qué me gusta, qué me enfada. Todo en tiempo real, sin esperar a que me lo cuente un grupo focal. Somos investigados permanentemente sin quererlo.
¿Qué tiene que ver esto con la pos verdad? En que estamos frente al electorado más sofisticado, informado, crítico, complejo e inestable de la historia. Que es mucho más “carne de cañón” de las estrategias de comunicación de lo que parece. Que es más vulnerable a que se le activen sus prejuicios, en contextos desconocidos, desafiantes y desconfiables.
¿Quizá en esta era pos moderna, pos política, esté generando una mayor divergencia a la ya conocida entre objetividad y subjetividad?, con todo lo que eso implica para el trabajo de construcción de percepciones.
Más sofisticación de los ciudadanos y de las herramientas para analizarlos. Un proceso concomitante, diríamos en estadística, que se realimenta y no tiene freno.
Un fenómeno para seguir de cerca porque puede ser la clave de lo que se viene. El diferencial sería: ¿a alguien le interesan los hechos? ¿O solo reafirmarse en los prejuicios? ¿Siempre fue así?
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